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"CEMENTERIO DE ELEFANTES", UN "MUNDO" QUE ATRAPA A MUCHAS PERSONAS EN EL ALTO


“Guichi” un varón de más de 40 años dice que se dedicó a la bebida luego de que su esposa falleció, sus hijos se quedaron con la abuela de su difunta pareja, no recordaba cuando pasó aquello ni tampoco cuanto tiempo estaba en ese mundo.

El “cementerio de elefantes” como lo identifica el escritor paceño, Víctor Hugo Vizcarra, en una de sus tantas obras, es aquel lugar donde las personas que viven en situación de consumo, también llamados alcohólicos, beben hasta perder la vida. Esos lugares eran parte de algunas laderas de La Paz en los años 80.

Diferentes circunstancias como, el abandono, un desamor, la falta de empleo, entre otros factores empujan a centenares de personas que buscan refugio en el espejismo que ofrece el alcohol y las drogas.

En esta década donde la tecnología ha rebasado toda imaginación de quienes son parte de la denominada generación X todavía se puede escuchar hablar de la existencia de los “cementerios de elefantes”, lugares donde no existen las condiciones de refugio mínimas pero si alcohol y otras sustancias requeridas por su bajo costo.

OPINIÓN indagó sobre la existencia de estos lugares con autoridades del municipio de El Alto, quienes confirmaron su existencia y características; los bebedores consuetudinarios consumen alcohol en aquellos lugares sobre tablas apoyadas en ladrillos, las mesas son recipientes boca abajo, para protegerse de la luz del sol o de la lluvia en aquellos lugares utilizan bolsas de plástico o carpas de vehículos, la música la interpretan todos aquellos que se acuerden de alguna canción.

Habitualmente, los denominados “cementerios de elefantes”, son inmuebles precarios donde se ofrece alcohol mezclado con alguna gaseosa, en el mejor de los casos, o simplemente combinado con té y hasta con agua de grifo, el precio se cobra por botellas y baldes. Una fuente policial informó que en El Alto al menos existen tres lugares identificados que están ubicados en inmediaciones del puente Bolivia, la zona Villa Esperanza y la avenida Panorámica.

A diferencia de los bares clandestinos que tienen mesas, sillas, luces, música y bebidas, los “cementerios de elefantes” no ofrecen nada de aquello, por lo que en cada intervención de las autoridades, los decomisos para evitar su funcionamiento son mínimos y a las pocas horas de su clausura vuelven a abrir sus puertas.

Pero, los bebedores consuetudinarios o en este caso “elefantes”, no solamente frecuentan esos lugares, sino que ocupan espacios bajo los puentes, algunas avenidas donde instalan carpas para pasar la noche y hasta los mercados populares donde encuentran refugio sobre las tarimas de las comerciantes.

Experiencias

En la búsqueda de experiencias visitamos la avenida Panamericana en la zona Villa Bolívar en El Alto, allá observamos una carpa, colchones de paja, sillones viejos además de cartones, en el lugar un grupo de bebedores adoptó el espacio como suyo, cuando se percataron de que llevábamos una cámara pidieron: “un refresquito con su kaj”, dijeron, si queríamos tomar imágenes.
Luego de explicarles el objetivo de nuestro trabajo accedieron a contarnos algunas de sus historias, por ejemplo, el “Guichi”, un varón de más de 40 años, dijo que se dedicó a la bebida luego de que su esposa falleció, sus hijos se quedaron con la abuela de su difunta pareja, no recordaba cuando pasó aquello ni tampoco cuanto tiempo estaba en ese mundo.

“El Chino” de aproximadamente 30 años contó que sus padres vivían en la calle y también consumían alcohol “tal vez ya han muerto, hace tiempo no les veo”, dijo. Su infancia la vivió en la calle. De niño, según cuenta, macheteaba (pedir limosna) y dormía en los mercados, “cuando dormías con un perro, el perro te calentaba, eso era lo bueno aunque tenga pulgas”, contó.

Preguntamos si quería seguir en ese mundo y con una profunda pena señaló “que más puedo hacer, a nosotros nadie nos quiere”.
Al igual que “El Chino” y otras personas en La Paz y El Alto una a dos veces al año algunas instituciones realizan campañas solidarias, les cortan el cabello, les entregan un poco de ropa y comida, pero, ellos necesitan programas de rehabilitación que los gobiernos locales no los implementan.
El lugar donde encontramos a estos seres humanos también podría ser considerado un “cementerio de elefantes” porque algunas personas que frecuentaban ese espacio, quedaron dormidos y nunca más despertaron.

Fuerza de voluntad

Recientemente conocimos a la Asociación de Vendedores de Caramelos en la Calle, la organización liderada por Richard Ramos tiene entre sus afiliados a más de 300 personas que ofrecen caramelos en las esquinas donde existen semáforos, según su dirigente, un porcentaje logró rehabilitarse gracias al trabajo, sin embargo, no reciben ayuda de las autoridades por lo que hace poco protagonizaron una marcha en demanda de víveres.

Por: Opinión
Via: Go Bolivia

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